Existe un gris que me acaricia, un gris alegre, de libro y de reposo.
Hay un gris que no son ojos incesantes, que no son medias tintas, que no es serio.
Un gris de los cuarenta en cada cana. Un gris de otros paisajes, más calmados.
El gris que ahora ya veo, que ya me atiende; de ron sin coca cola, hasta sin hielo.
Un gris de algún kilito en la cintura, un gris más vespertino que nocturno.
Ese gris tan leve y tan humano, que hace que una duda sea certeza.
Un gris que a veces negro, a veces blanco, se tuerce se enmudece y se desnuda.

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