
De sonreir su cara está quebrada
De recibir, sus pupilas profundas.
De custodiar, su ojos son de cuero.
De regalar, su melena es rotunda.
Inquieto parece su entrecejo
de pensar los dimes y dieretes,
de bailar las almas y los sueños,
de gestar palabras en mil meses.
Sus pulmones se agarran al sombrero.
El corazón le tiembla en la barbilla.
Del patio y de la calma es como un rey.
Pero el trono es mucho menos que una silla.
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