El corazón le golpeaba las costillas como si fuera la primera vez. Las voces de aliento de sus compañeros no le tranquilizaban, todo lo contrario. La luz se hizo noche y las cortinas rojas comenzaron a moverse. Entonces, la ovación de bienvenida se mezcló con su suspiro de desahogo, la guitarra marcó sus primeros compases y el corazón volvió a latir al ritmo adecuado.
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