
Se movía a gritos en mi almohada. Me vaciaba las copas a propósito.
Me llenaba el estómago de aire.
Me acariciaba tan lenta y certera, que odié sus caricias para siempre.
Me destapaba, me golpeaba,
me gemía y me huía en ocasiones.
Sobrada en sí misma, acudía cada noche a zarandearme.
Me hostigaba a palabras de antes, a verbos rematados de deseo,
a imágenes cobardes escondidas.
Tenía tantas cosas que discutir con mi conciencia que acabé por no dirigirle la palabra
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